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{"ops":[{"insert":"En los bosques del norte, una tarde como otra cualquiera, nace un pequeño bebé Firbolg de la tribu de los ciervos. Era conocida así porque en su bosque abundaban los ciervos. Nada más nacer, nuestro Firbolg demostró tener un extraño interés por las cosas brillantes que le rodeaban, ya fueran piedras o minerales que se encontraban en las montañas. Su familia no sabía por qué prefería un mineral de oro inútil frente a las frutas y semillas que cultivaban de la tierra. Cuando fue creciendo empezó a verse claro que no era un Firbolg normal. No le interesaba el bosque y la naturaleza y siempre estaba intentando conseguir cosas de otros a base de mentiras y trucos. Conseguía comida y ropa de sus compañeros de tribu prometiéndoles cosas que nunca llegaban. Es por eso que se ganó el nombre de ''el trolero''. Pasaron los años y las mentiras del trolero iban en aumento, siendo cada vez más perjudiciales para la tribu, hasta que un día una de sus mentiras provocó un incendio forestal que destruyó la mitad del bosque de los ciervos. Debido a esto, el trolero fue perseguido por los de su aldea para ser castigado. Por miedo al castigo, el trolero huyó del bosque lo más lejos posible y creó una identidad nueva para que no le encontrasen. Su nuevo nombre sería Tiburcio. Tiburcio viajó por las ciudades cercanas, consiguiendo dinero y comida a base de lo que mejor se le daba. Engañar a gente con palabras y juegos trucados era mucho más fácil si no sabían quién era, pues la gente no tenía la guardia tan alta como los de su antigua tribu. Un día encontró a un comerciante de esclavos, y consiguió sonsacarle el lugar donde tenía guardada su mercancía. Decidió que, si conseguía liberar a todos los esclavos, más de uno le daría algo como agradecimiento por su gesto. Tiburcio fue a la prisión donde tenían encerrados a los esclavos y convenció al guardia que había en la puerta de que había llegado a un acuerdo con su jefe y había comprado todos los esclavos. Unos documentos falsificados y unas cuantas mentiras muy elaboradas convencieron al guardia de que era verdad. Tiburcio entró con las llaves a la prisión, abrió las celdas de los esclavos y les dijo que eran libres a partir de ese momento, que su salvador había llegado para liberarles. Todos los esclavos salieron corriendo lo más rápido posible de aquel lugar. Todos menos uno. Un goliat se había quedado mirando a Tiburcio, como si hubiese visto a un mensajero de dios. El goliat le dijo que le seguiría y le serviría, porque quería poder recuperar el honor que perdió en su momento y creía que la mejor manera era hacerlo al lado de alguien tan honorable. Tiburcio no consiguió dinero ni objetos de valor de aquellos esclavos, pero si consiguió a un ferviente seguidor que le ayudaría siempre.\n"}]}

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